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miércoles, 28 de marzo de 2012

Vang Vieng

El viaje a Vang Vieng en autobús duró séis horas nada más y como siempre, montaña rusa, aunque esta vez el vehículo era VIP, no porque nosotros lo escogiéramos sino porque era la única opción, así que tenía aire acondicionado, maletero (no había que subir las mochilas a la baca), un espacio grande entre asientos (reclinables) y lo mejor de todo, no tenía música. El conductor no tendría más de veintiún años pero era fino al volante. Se pasó buena parte del camino hablando por el móvil con la chavala (porque cuando hablas con una chavala se te nota en la cara) y debía de estar en lo más guapo de la relación porque iba mandando y leyendo mensajinos sin parar. El que a ratos desapareciera el asfalto parece que le ponía, porque lejos de aminorar, pisaba el acelerador, con lo que tenías que agarrarte bien si no querías desnucarte o terminar sentado en el pasillo.
El conductor normalmente va acompañado de uno o dos ayudantes que se encargan del equipaje y es el puto jefe. Para cuando le apetece, a orinar, a saludar o a comprar cualquier cosa, en cualquier lugar. Nosotros, entre otras, hicimos una parada en una cuneta en lo alto de una montaña porque vio algo que le interesó en un tenderete donde una familia se cobijaba del sol.



Una ardilla voladora y un mustélido de buen tamaño acabaron en un saco y hala, pa´l maletero del autobús.

Vang Vieng es un pueblo bastante grande en plena naturaleza, con el río formando una isla a la que se accede por puentes de bambú y rodeado de estos pilares verticales de caliza tan habituales por aquí, llenos de cuevas y mucha vegetación. Tiene cientos de hostales, bares y restaurantes. Si Luang Prabang es sofisticada, Vang Vieng es batallera, barata y mochilera. Mucha gente joven con ganas de fiesta y muchas opciones para "pasarlo bien". Puedes hacer unas buenas rutas a pie o en bici, puedes hacer kayak, puedes saltar al río con una tirolina o desde los árboles, incluso puedes montar en globo. Pero sin duda la estrella de las actividades es el tubing, que consiste en bajar por el río en una cámara de tractor con paradas en los chiringuitos de la ribera donde además del menú de bebidas alcohólicas, tienes otro menú con setas, opio y otras hierbas. Cuando se hace de noche aún están llegando al pueblo tuktuks cargados de peña en bañador y descalzos, con el cuerpo pintado a spray con flores, corazones y pollas de colores que deambulan por la calle y de bar en bar voceando. Éstos sí que Vang Vieng.
Si no te gusta la cerveza o ya vas lleno, puedes hacerte con un bucket, que es un caldero de playa lleno de whisky o vodka con hielo y pajitas para beber, que venden en muchos sitios y que causa furor entre la concurrencia. Si lo visualizáis queda ideal: medio en pelota, pintarrajeado y con un caldero de playa. Es casi tan gracioso como las despedidas de soltero/a que todos los fines de semana tenemos que sufrir en Gijón.
Con los colocones que pilla el personal en estas actividades, no es raro ver gente cojeando, con heridas, vendas o brazos en cabestrillo.
Pero no todos son así de mandriles, los hay que les va más el rollo tranqui. Para éstos, casi todos los bares tienen grandes televisores en los que desde las ocho de la mañana y en sesión continua, puedes ver Friends. Acojonante. Hace tres años que no veo la tele y tengo que andar buscando un sitio para desayunar tranquilo en el que no se oigan las risas enlatadas de la serie ¡en un pueblo de Laos!. Se nota que me hago mayor... y es maravilloso.
La alimentación aquí tampoco es ningún problema, casi resulta difícil encontrar comida tradicional lao entre tanta hamburguesa, perrito caliente, pizza, y sandwich. Para sentirte como en casa y que no eches nada de menos, vaya.
Y cruzando por puentes de bambú accedes a la isla que forma el río al pasar por el pueblo, donde se concentran unas cuantas discotecas al aire libre para terminar de desfogar.
Entre todo este barullo es interesante observar la actitud de las gentes locales y cómo aguantan estoicamente la invasión de las hordas falang. Es cierto que la mayoría viven de ello, pero si en mi pueblo pasara lo mismo que he visto aquí, ya le habrían abierto la cabeza con un fesoria a más de uno.
Así que para mí está lejos de ser el paraíso que alguna vez debió de ser, aunque la verdad es que las puestas de sol tirado en una terraza sobre el río, cerveza en mano, siguen siendo un lujo y los alrededores tienen muchos lugares donde perderte.
¡Voto por hacer una gran pira la noche de San Juan con todas las guías de viajeros tipo Lonely Planet! Quizá así andaríamos más repartidos y no acabaríamos siempre todos en los mismos lugares.
Durante una de nuestras salidas a pie por los pueblos de los alrededores, hicimos parada en un tenderete donde tomamos algo y como la mujer era risueña y dicharachera, estuvimos intentando entendernos con ella durante un buen rato.
La mujer era de la etnia hmong y después de preguntarnos nuestras edades y procedencia y si estábamos casados, nos contó que ella se había casado a los trece años, que tenía cinco hijos y que era de mi misma edad. También nos dijo que en el pueblo había muchas jóvenes hmong sin casar y cuando nos quisimos dar cuenta, como el que no quiere la cosa, había tres posibles candidatas sentadas allí con ella, de entre diecisiete y veintiún años. La más joven era un bellezón, por cierto. Y entre tanto, un crío se me acercó y directamente fue a pasarme la mano por los pelos de los brazos, para luego mirarme con la boca abierta y los ojos como platos. Y ya van unas cuantas.
Después de comprobar, tras más de cinco horas de pateo, que no había posibilidad de atravesar las montañas para volver a Vang Vieng y que teníamos que desandar lo andado, tuvimos la suerte de que nos recogiera una gente que pasaba en una camioneta con ladrillos. Eran voluntarios que trabajaban en un pueblo a medio camino, construyendo un centro para niños. Una italiana, una francesa y una pareja de luxemburgueses que hacían un viaje parecido al mío y que se habían detenido por un tiempo allí a colaborar. Por suerte hay también mucha gente por ahí viajando con otro tipo de motivaciones.


                                                  el diablo sobre ruedas                      

 
                                                          durian a ras de suelo














                                                     que la noche no te confunda

                                                            yes, you can

                                                          the other side

                                                  ésta para Hauke


Y sí, yo soy quien espía los juegos de los niños:










Y en los alrededores siempre puedes encontrar cosas interesantes y sitios donde relajarte. La cueva de Tham Phu Kham merece la trepada de doscientos metros por la montaña. Tiene unas salas de una altura impresionante, unas formaciones bestiales y es profunda. Entras tú sólo con linterna y te das un paseo. Yo tuve suerte porque sólo había cuatro personas dentro y estuve más de media hora dando vueltas por todos los rincones. Cuando apagas la luz y sientes pasar los murciélagos, la sensación es flipante.





Y a la salida te das un baño en la Blue Lagoon, con peces...



                                                 ... y sirenas

Y de vuelta para casa:





                                                 hola mamá ¿cómo lo ves?


Al final donde dije digo digo Diego y sí, yo caí...



                             si ampliáis podéis ver al pequeño supermán












domingo, 25 de marzo de 2012

Luang Prabang

La ciudad de Luang Prabang es la capital de la provincia del mismo nombre y está situada en una península, en la confluencia de los ríos Mekong y Nam Khan. Las construcciones tradicionales se mezclan con edificios de estilo colonial francés y grandes e impresionantes mansiones, muchas de ellas reconvertidas en hoteles de lujo, y más de cincuenta templos. Es Patrimonio de la Humanidad y el principal destino turístico de Laos y sí, es guapa, limpia y fotogénica. Aceras de ladrillo, cuidados jardines y mucha vegetación por las calles y todo orientado al turismo, lleno de hostales, hoteles, spas y bares chic donde dejarte los kips. Nada que ver con lo visto hasta ahora. Tengo una bonita habitación con balcón, una conexión regular a internet y lo mejor de todo, una ducha caliente que hacía mucho que no probaba.
Desde que empecé el viaje apenas he visto el cielo azul unas pocas veces, cuando estaba en las montañas. Al principio pensaba que era la contaminación, luego que era la condensación y ahora me dicen que son los incendios. No sé cuál es la razón pero es difícil sacar una buena foto del paisaje con esta extraña luz, aunque creo que todo esto ya lo comenté anteriormente, pero es que el otro día paseando cuando el sol estaba en lo más alto, una bruma más oscura de lo habitual lo cubrió todo, oscureció el día y empezó a nevar ceniza. Se hacía muy incómodo caminar por la calle con los ojos medio cerrados.




















                                                  la mirinda

                                            ofrenda de flores y arroz

                                                              las chavalas

                                               el vendedor de cocos

                                  la parte no tan limpia de la ciudad



Y aquí en Luang Prabang tuve la oportunidad de ver (porque madrugué como el gallo) una ceremonia muy especial y emocionante, el Binthabat.
A las cinco y media de la mañana más o menos suenan los tambores de los templos y los monjes salen a recorrer las calles con sus cuencos metálicos, colgados en bandolera, en busca de la comida del día. En la calle todas las personas (sobre todo mujeres) se instalan en el suelo en sus esterillas con las dádivas preparadas, principalmente arroz glutinoso y fruta, esperando el paso de los monjes. De repente las calles se llenan de cientos de túnicas de color naranja que en fila india van haciendo el recorrido sin detenerse. Las mujeres no pueden tocar a los monjes, así que van arrojando la comida a su paso dentro de los cuencos.








Más adelante (y esto sí es duro) hay niños en el suelo con cestos o con simples bolsas de plástico en respetuoso silencio que también piden comida, y los monjes reparten lo recibido arrojando a sus cestos parte de su ración, también sin detenerse. Mientras, los turistas nos preocupamos de buscar el mejor lugar para obtener la mejor fotografía.





                                                  esta pequeña me hipnotizó



Y en unos minutos, tal como aparecieron, se fueron alejando hacia sus templos. Los niños recogían la comida del día para toda la familia y se iban corriendo a casa. Algunos llevaban tanto peso para lo pequeños que eran que les costaba caminar.







En esta ciudad en un par de días he visto grandes coches, hoteles de lujo, niños pidiendo comida en la calle y la bandera comunista (el único partido en la República Democrática de Laos) ondeando orgullosa en todos los edificios oficiales, en casas y en negocios. Algo chirría y creo que no son los ejes de mi carreta.

hasta el Nirvana siempre


Iba deambulando por las calles aún bajo los efectos de la hipnosis, cuando unos chillidos espantosos me sacaron de mi trance. Me asomé al río a ver a quién estaban torturando de esa manera y me encontré con que, entre muchas mercancías, estaban descargando una lancha de cerdos en la orilla. Aquello era insoportable. Algunos salían por su propio pie pero otros salían atados por las patas y colgados de un tronco de bambú que llevaban entre dos personas y era como estar en San Martín.
Allí mismo en la orilla eran pesados con la balanza y vendidos entre chillidos desgarradores y el griterío de los presentes.






                                         
Y así quedó el pobre gochón, patiatado, agotado y vendido a la orilla del Mekong:


Y algunos niños y niñas subiendo mercancía desde la orilla hasta la carretera:


                                        bueno, ésta no, que era muy pequeñina