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viernes, 2 de marzo de 2012

Mae Hong Son y la ruta 1095

La confirmación de que Pai no era el pueblo tan tranquilo que vendían algunas guías la tuve cuando me levanté por la mañana y fui encontrándome con deshechos humanos enrojeciendo al sol rodeados de botellas a lo largo del río.
Mi siguiente destino era Mae Hong Son, a 120 km. al noroeste de Pai. Es conocido porque de allí parten muchas de las excursiones a las montañas para ir a ver las mujeres jirafa de las tribus Karen.
Como ya conocía gente en el pueblo me entretuve charlando con unos y desayunando con otros, así que cuando comenté que iba a coger un bus, un americano me dijo que él había hecho la ruta en moto y que era una carretera muy molona y con un paisaje brutal. A mí ya me picaba, pero después de la conversación dejé que el bus se fuera y alquilé otra moto. Primero pensé en una más potente, no un scooter, pero me dí cuenta de que iba a tener que cargar con la mochila a la espalda y no me pareció muy cómodo ni seguro. Así que probando, conseguí encajar el petate entre mis pies en una scooter de 125cc, porque no la había más potente, y me decidí por esa opción. Con ésta podía ir con el cuerpo libre y descansado y llaneando cogía los 90 km/h con facilidad. De sobra.
Me puse un chubasquero, me unté lo que no podía tapar con protector solar y me até un pañuelo al cuello para cubrir la boca y la nariz, como van aquí, además de hacerme con un casco con visera para ir más protegido. Me vino bien porque aunque no había viento ese día sí que había fuegos activos durante buena parte del trayecto y en un par de ocasiones tuve que cruzar un tramo quemado y el humo cegaba mis ojos (es que estoy cantarín) además de que había ceniza y muchas cosas volando. Una pena lo de los incendios porque no me parecía que fueran quemas controladas, se veían columnas de humo en muchos puntos del bosque y calvas en el paisaje.
La mítica ruta 1095 une Chiang Mai con Mae Hong Son a lo largo de 240 km con aproximadamente 1100 curvas, o sea una montaña rusa. Como ya estaba en Pai, la distancia a cubrir hasta Mae Hong Son era de 120 km más o menos, así que tranquilamente me puse en camino al mediodía.
Y fue genial, el paisaje espectacular, siempre entre bosque, montaña arriba y montaña abajo parando por el camino a beber en algún pueblo o desviándome de la ruta cuando había una señal que entendía y que indicaba algo interesante. Tardé unas tres horas y media y eso que en alguna pendiente creí que tenía que bajarme de la moto. Por el camino, aparte de trabajadores de la madera y recogedores de hojas (con las que hacen la cubierta de las cabañas) me encontré unos pocos motoristas como yo, con la mochila.
Llegué a Mae Hong Son, busqué un hostal, me dí una ducha y me fui a investigar un poco. Es una ciudad pequeña, o un pueblo grande, sin nada nuevo que contar; tiene templos, tiene mercados, tiene comida por la calle... lo de todos, pero no se veía mucho turista. En el medio de la ciudad hay un lago con un templo y mi habitación estaba pegada al parque que lo rodea. No lo sabía hasta que entré porque yo había llegado por la calle de atrás, así que esa noche un coro de ranas volvió a velar mis sueños.
Al día siguiente madrugué, desayuné y cogí la moto en dirección a las montañas. Como no fui capaz de conseguir un mapa de carreteras estuve circulando sin sentido como una hora, por una zona de granjas con bastantes lagos. Iba montaña arriba cuando al fin encontré una señal con una foto de una mujer con el cuello anillado, o sea que una tribu karen vivía por allí.
No es que tuviera especial interés en ver a estas mujeres luciendo sus cuellos para los turistas, porque tenía la impresión de que iba a ser como ir a un mercado. Sobre el tema he leído varias opiniones: la que presenta esta tradición como una tortura absurda, la que la presenta como un honor reservado a ciertas niñas que nacen en una luna determinada, la que dice que las pocas que quedan son incentivadas por el gobierno local consciente de la fuente de ingresos que representa, la que dice que si se quitan el collar se les partiría el cuello o morirían de asfixia y la contraria, la que dice que se lo quitan y ponen a voluntad sin ningún problema.
Un poco de curiosidad sí tenía, la verdad, así que seguí montaña arriba en busca del poblado aunque suponía que la visita me iba a costar dinero porque esta gente han vivido siempre como desplazados birmanos que huían de los constantes conflictos y la mayoría no habla ni tailandés, con lo que su situación es muy precaria con respecto al resto de la población tai en cuanto a educación, acceso a la sanidad, etc.
Por el camino me encontré con grupos de ¡boy scouts! en fila india a paso marcial. Y llegó un momento en que la carretera era atravesada por el río. Apenas cubría, ningún problema. Un poco más adelante tuve que vadear de nuevo el río. La misma operación. A la tercera vez ya cubría un pelín más, el tramo a cruzar era más largo y además en curva. Lamentablemente toqué levemente el acelerador a mitad del paso porque sólo con la inercia no llegaba a la otra orilla y repentinamente la moto desapareció bajo mi cuerpo y me vi sentado en la carretera con un palmo de agua alrededor. Tardé unas décimas en reaccionar pero me di cuenta de tres cosas: los niños del campamento scout se reían y gritaban; la moto estaba arrancada todavía en el agua con la mochila encajada también en el agua; y sobre todo me di cuenta de lo mucho que me dolía la rabadilla. Herido en mi orgullo viendo aquellos críos bajar del campamento hacia el río, salté a por la moto y cuando la tenía agarrada por el manillar y tiraba para levantarla, resbalé, aceleré sin querer y salió disparada y yo por encima de ella. De nuevo al agua.
Aquello era una pista de patinaje y un cachondeo así que saqué a tirones la mochila y la llevé a la otra orilla olvidándome de la moto. Cuando me di la vuelta, dos enanos ya la habían levantado y conseguí sacarla de allí. Para acabar con las risas di las gracias juntando las palmas de la mano delante de la cara y todos repitieron el gesto muy solemnemente. Tuve que vadear el río otras nueve veces antes de llegar al poblado y otras tantas veces al volver, pero no me volví a caer.
Y no mereció la pena. El poblado era bastante miserable y polvoriento. Sólo vi trabajando a unas mujeres que bajaban del monte con unos cestos enormes con esas hojas que son como toallas de baño y que si las pisas cuando están secas son algo parecido a una chapa de hojalata. El resto de los habitantes del poblado estaba sentado o tirado a la puerta de las chozas o vagando por ahí. Seguí monte arriba por un camino de arena y polvo lleno de baches hasta que mi coxis dijo basta y di la vuelta.
De la que volvía a cruzar el poblado un hombre me hizo un gesto con las manos que de primeras pensé que quería estrangularme, pero vi que señalaba hacia una zona del pueblo así que supuse que allí tenían escondidas a las mujeres de cuello largo para que las viera. No hice caso así que no vi ninguna con el cuello anillado pero fisgué en una casa apartada y había una mujer no muy mayor cocinando que tenía un cuello que parecía un flexo y no llevaba ninguna anilla. Eso es todo lo que vi.
Bajé a la ciudad de nuevo y aparqué al lado del lago y me quité la ropa, deshice la mochila y lo puse todo a secar, billetes incluidos. Por suerte ni las cámaras ni el ordenador se mojaron. Después de una hora masajeándome el culo decidí regresar a Pai, donde tenía que entregar la moto y a mitad de camino me desvié unos kilómetros para acercarme a la que decían era la cueva más larga de Asia, Mae Lana, con 12 km., aunque de esto no me fío un pelo porque ya he visto el buda más grande, el templo más importante, la cascada más alta... y todos unas cuantas veces.
El caso es que el camino atravesaba un par de pueblos de montaña muy curiosos, colgados entre paredones de caliza cubierta de vegetación para acabar en un valle con cultivos de arroz. Por aquí me entretuve haciendo fotos y paré a tomar algo en un bar-tienda-gasolinera donde reposté. Al final de una pista me encontré una caseta en la que había que pagar para pasar a la cueva pero no tenía donde dejar mi mochila y claro, aquí todo el mundo es bueno, pero tampoco es cuestión de andar provocando. Y tampoco me apetecía viajar doce kilómetros al centro de la tierra cargando con todo aquello, más la vuelta, así que di marcha atrás y volví a la carretera. Luego busqué información y tanto esta cueva como otras dos que hay en la zona, una que llaman la cueva de coral, aparentemente merecen una visita.
Llegué a mi pueblo a última hora de la tarde, alquilé una choza, me duché y fui a mi bar favorito. De la que iba  me encontré una cara qu me sonaba conocida, nos miramos y nos reconocimos. A Oscar, un catalán escalador, lo había conocido hacía una semana en Chiang Mai donde habíamos hablado un rato. Ahora el hombre estaba solo y con un pie escayolado. Ese mismo día, volviendo de las cascadas, se cayó de la moto y se rompió tres dedos y andaba con unas muletas de madera muy graciosas. El tío necesitaba un poco de compañía así que me lo llevé al Blah Blah y le presenté a unos cuantos clientes. Al día siguiente lo ayudé con la mochila y lo acompañé hasta el autobús y nos despedimos. Se le acabó el viaje una semana antes de lo previsto.
Yo cogí uno más tarde, otra furgo con dieciséis pasajeros, pero esta vez tardé media hora menos en llegar a Chiang Mai. No llevábamos ni treinta kilómetros cuando ya habían vomitado dos personas (una la que iba a mi lado) y antes de llegar a la primera parada, a mitad de camino, una tercera pidió otra bolsa para hacer lo propio. A partir de ahí el demente que conducía debió darse cuenta de que transportaba personas en vez de ganado y aflojó un poco la marcha.
Una vez en Chiang Mai busqué un autobús de línea y a las cuatro salí en dirección a Chiang Rai donde llegué después de cuatro horas de viaje. Ésta es la capital de la provincia más al norte de Tailandia, en la frontera con Laos y Myanmar, el llamado triángulo de oro, la que tradicionalmente siempre fue la zona de mayor producción y tráfico de opio de Asia hasta que Afganistán le arrebató el título.
Por cierto, tempus fugit. Hoy caí en la cuenta de que aquí estamos en el año 2555.




 aunque parece una olla, es un cubo de basura hecho con neumáticos
                                               

                                           recién casados, supongo

                                                   la droga mata


                                             normal, diésel o súper




                                                         lugar de la culada




                                 o te descalzas o no entras en casa





                                                   

                                                la cubierta de mi choza

                                                           un invitado



                                                        kie


                                                            año 2555




                                       


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