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lunes, 19 de marzo de 2012

Nong Khiew-Vieng Thong-Sam Neua

Para salir de Muang Ngoi Neua no cabíamos en la lancha normal de pasajeros y nos montamos en la que recoge el vacío por la ribera del río y entre cajas de cerveza, algún gallo atado y una ristra de cocos, bajamos el río de nuevo hasta Nong Khiew. Allí fuimos a la estación de autobuses con la intención de comprar billetes para Sam Neua, al este del país, en la frontera con Vietnam, buscando lugares con menos turistas. Por suerte, en la estación nos encontramos con el indio del restaurante en que habíamos comido varias veces en los últimos días y llevándonos aparte y en voz baja, nos explicó que si comprábamos el billete allí nos iba a salir más caro, cosa que ya sospechábamos porque tres personas habían preguntado precio y las tres veces éste fue diferente. Siguiendo sus indicaciones salimos a la carretera, caminamos un poco y esperamos a la sombra a que pasara el autobús y lo paramos. Por el trayecto total pagamos algo menos de lo que nos querían cobrar en taquilla por hacer la mitad del trayecto y aún así nos tangaron algo entre el conductor y los dos chavales que llevaba de ayudantes.
Aquí las distancias se miden en tiempo, no en kilómetros. Por ejemplo, si digo que el viaje era algo menos de trescientos kilómetros todos podéis hacer un cálculo mental del tiempo que se puede tardar más o menos en llegar. Pues ni de lejos acertaríais. Para cubrir esa distancia empleamos ¡doce horas doce! con dos paradas para hacer las necesidades entre los matorrales, alguna otra breve para recoger o dejar gente y una más larga a mitad de camino para comer. Aunque tengo que decir que oyendo cómo sonaba la amortiguación, los frenos y la transmisión de aquél cacharro y teniendo en cuenta que el conductor tenía un ojo de cristal, creo que el buen hombre hizo un trabajo como para notable alto.
El paisaje me dio mucha pena. Una vez más, la tala salvaje y sistemática de miles de hectáreas de bosque a lo largo de todo el trayecto, y la quema de otra buena parte, ofrece unas vistas desoladoras que hacen que se te encoja el estómago. Irónicamente se supone que ésta es zona de tigres y vi varias señales con la leyenda "orgullosos de tener tigres" a lo largo del camino, pero como sigan a este ritmo en pocos años el único sitio donde van a tener tigres será en las etiquetas de la cerveza.
Por lo demás el viaje fue una delicia:
La música sonaba a un volumen demencial y esto fue así de principio a fin, sin descanso ni en las paradas. Conozco casi todos los cantantes de moda del país y ya puedo identificar a los pocos compases de quién se trata. El grupo de la parte delantera, incluido el conductor, no paró de hablar a gritos intentando hacerse oír por encima de la música en un diálogo que por momentos me recordaba a los chistes de gangosos del infumable Arévalo.
Por las ventanillas se iba arrojando de todo, ya fuera orgánico, plástico o vidrio, sin mucho cuidado de que pudiera caer encima de un coche o de un peatón.
Además contábamos con el campeón nacional de escupitajos y los tres semifinalistas que mantuvieron un duelo a muerte durante todo el viaje a ver quién sacaba el gargaxu más grande y desde más adentro con una cadencia de tres por minuto.
Esto fue terriblemente duro cuando se hizo de noche porque con las ventanillas abiertas el frío era más insoportable que el campeonato en sí.
Dos señoras mayores vomitaron en lo que ya es una tradición en todo viaje en autobús por estos lares y una de ellas, desgraciadamente, no consiguió llegar a tiempo a la bolsa de plástico y puso perdido el pasillo.
Teniendo en cuenta que las dos primeras horas las hice sentado sobre un saco de ajos porque no había asiento, cuando conseguí hacerme con uno casi lloro de alegría, aunque no me cabían las piernas ni yendo de rodillas.
Hacía ocho horas que no probaba bocado cuando paramos en Vieng Thong y salí del autobús desfallecido a ver la comida de los cuatro quioscos allí montados en la estación. Entre otras cosas podías elegir ardilla, rata a la brasa, sopa de ranas (pero no ancas, ranas enteras abiertas en canal flotando en una gelatina) y delicias por el estilo. Ya me estaba haciendo con una caja de galletas cuando una señora acertó a decir la palabra mágica: "noodle" y en cinco minutos tenía una sopa de noodles con búfalo encima de la mesa que me devolvió las ganas de vivir.
Cuando llegamos a Sam Neua eran las doce de la noche. Es la capital de provincia a mayor altitud del país (1.200m) con lo que hacía un frío considerable. Apenas cuatro luces, ni un alma y todo cerrado a cal y canto. Ya me veía durmiendo en la calle después de picar a media docena de sitios y que nos dijeran que estaba todo completo cuando por fin, a la una de la mañana, conseguimos una cama.
Me vais a perdonar pero de esta etapa no tengo muchas fotos.




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