Translate

jueves, 19 de abril de 2012

Camboya: Kratie-Phnom Penh

Me costó trabajo salir de mi isla porque estaba en la gloria, todo el día descalzo, con mi bicicleta, bañándome de día y de noche, disfrutando de las puestas de sol e intentando recuperar unos gramos de peso a base de buena comida. El último día lo pasé yo solo, después de despedir a mis amigos ciclistas, así que cogí la bici y me acerqué a las cascadas de Tat Somphamit y de nuevo al sur de Don Khon a ver si había suerte y veía algún delfín, algo muy fácil si vas en bote, pero poco probable desde tierra. Y no, no hubo suerte.

 esto lo aprendí de Cocodrilo Dundee, ese películón


 Tat Somphamit


sur de Don Khon, sin delfines




En principio, mi plan era hacer dedo hasta la frontera, a la que no había más de veinte kilómetros, y allí coger un autobús local que me llevara hasta Kratie. Pregunté varias veces pero me dijeron que la frontera estaba en medio de la nada y que una vez en Camboya, durante muchos kilómetros no hay pueblos y que tampoco hay autobús. Lo primero era cierto, lo segundo no. El caso es que pagué el billete más caro de todo mi viaje por un  trayecto de pocos kilómetros. Se suponía que era un autobús VIP con todo tipo de comodidades, pero hasta la frontera hubo gente que tuvo que ir de pie porque éramos demasiados. Una vez allí, en medio de la nada, cruzamos andando a Camboya, hicimos el papeleo correspondiente y pasé un exhaustivo reconocimiento médico, el más rápido de mi vida (que consistió en ponerme una especie de pistola en la frente para tomarme la temperatura e inmediatamente entregarme un papel que me declaraba apto), para pasar al otro lado donde tenía que haber otro bus, que ni estaba, ni por lo visto se le esperaba. Después de dos horas fuimos repartidos en pequeñas furgonetas, dependiendo de nuestro destino, y donde había quince plazas fuimos hacinadas veintitrés personas con su correspondiente equipaje. Había gente sentada en un tablón colocado entre el asiento del piloto y del copiloto y en la parte trasera, colgando de la furgoneta, llevábamos hasta una lavadora y una moto. A pesar de las quejas, el conductor ni entendía ni quería saber, y como estábamos en otro país nadie iba a volver a reclamar a la agencia. Dentro de lo que cabe yo tuve suerte, porque luego me encontré a un español que me contó que su furgoneta, que iba directa a Phnom Penh, paró en Stung Treng, les dijeron que iban a cambiar a un bus de verdad y los dejaron allí tirados. Tuvieron que resolverlo pagando un nuevo billete con otra furgoneta.
Llegamos a Kratie después de un par de paradas en quioscos de carretera. Efectivamente por el camino y durante bastantes kilómetros apenas había nada, salvo alguna granja o aldea minúscula y muy poco tráfico. En la primera parada se me acercó una abuela con dos críos en brazos y un diente en la boca a comparar su color de piel con el mío y a intentar arrancarme los pelos de los brazos, lo normal.

primer contacto con el paisanaje local

La ciudad está a orillas del Mekong, de arquitectura colonial y con un bonito paseo sobre el río, con toda la fruta de los tenderetes tirada por el suelo pudriéndose al sol y con toneladas de basura esparcida por todos lados. Creo que después de la pólvora, el plástico es el invento más maligno de la historia.
En el viaje hice buenas migas con Girolamo, un italiano contra el que viajé apretujado, así que al llegar buscamos una habitación para compartir. Una buena conversación, una cerveza en el paseo contemplando la puesta de sol con las ratas engordando a nuestro alrededor y una cena en mesa compartida con algunos camboyanos para ir entrando en ambiente y aprender las primeras palabras y los números, lo básico.

 la frontera

apto

 Kratie



 levitando sobre la inmundicia


Al día siguiente este hombre quería hacer alguna excursión por los alrededores pero a mí me apetecía llegar a la capital así que me cogí una furgoneta a las séis y media de la mañana y me largué de aquel basurero.
Me tocó al lado de un francés de París, de nombre Antony, que resultó ser majo, sencillo, dicharachero y de mi quinta. Entramos en Phnom Penh a las doce del mediodía y tras librarnos de la nube de vendedores de la estación que nos ofrecían tuktuk, habitación, fruta y otras hierbas, nos metimos en un bar a tomar un café y acordamos buscar un sitio para compartir.
La ciudad, con dos millones de habitantes, es bulliciosa, con un tráfico caótico y muy prestosa. En seguida nos hicimos con ella y caímos en la parte más vieja, de arquitectura colonial y llena de bares y hostales.
Hacía mucho que no veía un rascacielos, un centro comercial, unas escaleras mecánicas, una hamburguesería, una pizzería y todas esas cosas de la vida moderna que ni necesitaba ni echaba de menos, pero de las que disfruté como algo exótico.
El compañero Antony resultó ser un duro bebedor de cerveza, sin fondo, y después de caminar toda la tarde por la ciudad y una buena cena, comenzó la ronda de bares. Entre muchos otros de cuyo nombre no puedo acordarme, fuimos a caer a La Patate, bar de franceses con música en directo, a cargo de un simpático intérprete de cuyo nombre tampoco me acuerdo. Sí me acuerdo de haber escuchado a grandes mitos de la chanson francaise, como Jacques Brel o los Gipsy Kings. El artista en cuestión era de madre burgalesa y como él mismo me explicó, sus papeles eran franceses pero su corazón era español, olé. Así que, con la mejor intención quiero suponer, cuando le pedí "Comme D´Habitude" me regaló un "A Mi Manera" en versión de los Gipsy Kings que puso al público en pie para, acto seguido, terminar con el "Bamboleo" y con todos los gabachos bailando y cantando por la calle.



 los mismos héroes que en Laos


 la fábrica de Budas

 un nuevo medio de transporte

 la siesta

 la Universidad de Bellas Artes



 en las ofrendas, la gente paga por liberar uno de estos pobres pájaros



 badminton pie


 colonialismo y nicotina















 como en casa


sólo las adictas

Al poco de llegar compramos un mapa a uno de los niños que andan por el paseo del río cargados con una cesta con libros. En el mapa aparecía un gran lago en un extremo de la ciudad, el Boeng Kak, no muy lejos de donde estábamos, así que decidimos ir hasta allí. Cuando llevábamos un buen rato caminando por callejuelas y descampados sin ver ni una gota de agua, nos encontramos con una belga que había estado el año anterior allí hospedada. Por lo visto nuestro mapa era antiguo y de un año a otro habían secado toda aquella masa de agua y donde antes había un barrio con un montón de pequeños hostales sobre el lago, ahora había una inmensa extensión de tierra y escombro.
Otra de las visitas de estos días fue al campo de exterminio de Choeung Ek, el más famoso de los más de trescientos que el régimen de los Jemeres Rojos tenía repartidos por todo el país. Entre el año 75 y el 79, el iluminado Pol Pot se llevó por delante al 20% de la población y al país casi a la Edad de Piedra en una demencial visión de una sociedad comunista pura. En este campo no hay realmente nada que ver porque casi todo fue destruido, pero te dan una audio guía y vas dando un paseo por los puntos marcados en el mapa. Todos en absoluto silencio caminando por lo que hoy es un agradable jardín donde no hace mucho tiempo eran asesinadas trescientas personas al día. Durante la estación de las lluvias, aún salen huesos de las fosas comunes, que son recogidos y colocados en una estupa conmemorativa que hay a la entrada del recinto.
Hay una película de los 80´s que se desarrolla durante aquellos días y si alguien quiere saber más, puede leer aquí.



No sé qué me da terminar la entrada de esta manera, así que os cuento que faltan cien días para el comienzo de los Juegos Olímpicos de Londres. No es que haya leído el periódico, es que nos encontramos en plena calle con un evento organizado por la embajada británica en colaboración con el gobierno camboyano. Le pregunté a la que resultó ser la delegada inglesa, que fue quien nos explicó el tema y nos invitó a participar en la ceremonia, consistente en darse una tremenda caminata de ¡cien metros! por delante del Palacio Presidencial. Declinamos tan amable invitación alegando pie de atleta.




Y el hielo, fundamental para la vida diaria:




en bloque o picado


Y como curiosidad os dejo este enlace para que veáis las condiciones meteorológicas a las que me enfrento por estos lares. Nunca pensé que podía sudar tanto. Qué suerte tenéis por ahí, con toda esa lluvia, ese frío helador y rodeados de nieve, qué ganas de volver...





No hay comentarios:

Publicar un comentario